¿Qué podemos hacer con los espacios abandonados bajo los viaductos y puentes de Lisboa?

Artículo de Bernardo Fernandes y Manuel Banza
Calles, aceras, plazas y parques son los espacios que identificamos inmediatamente como lugares públicos que podemos ocupar colectivamente y que, por regla general, requieren una mirada más atenta por parte de los expertos y del público en general. La extensión de las ciudades es un proceso a veces orgánico, a veces sujeto a una correlación de fuerzas asimétrica que se inmiscuye en la dinámica de consolidación de la ciudad. En este proceso, las ciudades amontonan espacios que se perciben como lugares desaprovechados; hablamos, por ejemplo, de pequeños espacios entre edificios, calles sin salida o espacios bajo viaductos o puentes. Tradicionalmente mal cuidados, la gente los identifica como espacios peligrosos, descuidados o muertos.
Al mismo tiempo, es necesario reflexionar sobre la importancia de la existencia de zonas de escape en la ciudad, especialmente para determinados segmentos de la población que actúan lejos de los comportamientos normativos. Lugares donde las personas puedan interactuar libremente sin las restricciones que se encuentran en entornos más formales o supervisados, zonas de confrontación fundamentales para el encuentro con el otro, para la creatividad y la subversión; el escondite en el bosque de hormigón armado, elementos tan necesarios para el desarrollo de una sociedad plural e integradora. Hoy, en todo el mundo, nos estamos dando cuenta de que estos espacios tienen la dignidad y el potencial de ser utilizados como espacios públicos a pequeña escala, como territorios planificados para la informalidad, espacios de reunión y actividad comunitaria, lugares para guardar y cargar bicicletas y patinetes, entre otras características beneficiosas tanto para la estética de la ciudad como para el disfrute de sus residentes.